La soledad no es tan mala como nos han hecho creer, en fin hay tantas cosas que nos han hecho creer!...
En últimos días me entiendo bien con la Chole, que la invito a pasar a mi casa, le invito un te y me deja charlar infinidad de cosas, le confieso que la tolerancia que le tenía a la gente ha huido en desbandada (ella ríe mientras sorbe su te verde) Sigo hablándole, porque generalmente a eso viene cuando tomamos el te y de vez en cuando mate, le digo que he sepultado los remordimientos que nacen cuando uno se piensa libre, perdí la línea divisoria entre lo que "dicen" que es bueno y lo malo, que he aprendido a mentir para evitarme los largos discursos innecesarios.
Aunque a veces se me ha olvidado ofrecerle un poco de azúcar, he comprendido muy bien sus visitas, que ahora pido a diario y tengo que aceptar que cuando he recibido invitaciones, prefiero quedarme con ella, sin embargo, me quedo incrédula ante mi capacidad de decir que si, aceptando desde el fondo que no será así, no me inquieta, a pesar que del lado del bullicio alguien me espera o tal vez no, creciendo la posibilidad de que la costumbre lleve a generar el patrón de mi ausencia y después el olvido, que más da, le digo sirviendo un poco más de agua caliente . En fin procuro ser cautelosa y pedirle que se quede un poco más, aun tengo muchas historias que florecen, justo cuando ella está... a veces permanece y otras se va.
Con estas visitas frecuentes, entiendo cuando la gente quiere estar sola, lo comprendo en gran medida, y entonces no presiono más por los encuentros, se lo tanto que me desagradaría estar con alguien cuando mi deseo principal es estar sola, es por eso que ya no presiono, porque a pesar de ser permanente el gusto por uno mismo, en algunos casos no es tan frecuente.
Así que cuando quieras contestar o llamar lo puedes hacer, hasta ese momento yo volveré con mi disfraz de gente, lo difícil es saber si en ese momento me encontraré con Chole en gran charla de te.



De niña, una de mis esperas preferidas era ver como en el cielo aparecían los tres reyes magos, y todo lo que conllevaba su aparición, como son los regalos y la imaginación transportada en elefantes, camellos y caballos. Después de un tiempo y pasada la temporada, los tres reyes seguían ahí y tuve que preguntar:
-¿Acaso ellos nunca se marchan, por qué en el cielo siguen ahí?
La respuesta desconcertante llegó y se llevó la magia, dejando una interesante fascinación sobre el universo y su bastedad, sin embargo quedaba el hueco que se siente cuando se sabe perdido algo en una estación de autobuses o en algún camellón de la ciudad, que fue remplazado rápidamente por un mapa de constelaciones y un pequeño telescopio.
Desde ese momento la mirada al cielo por las noches comenzó a ser más frecuente. Orión fue la primera constelación –por su fácil ubicación- que me llevó a tener mayor contacto con la astronomía. Me era posible ver la bóveda celestial y la curvatura de la tierra, era increíble saber que el cielo en realidad siempre era de ese color pero que de día el astro mayor conocido como Sol, lo pintaba de azul. Así fui disfrutando de pequeños descubrimientos y anclándome en ideas que provenían de esta observación, ¿seríamos los únicos en este universo, con esta forma y estos pensamientos en la galaxia? Las respuestas:
-¡cómo crees, solo los vecinos del cuarto piso dicen haberlos visto, pero que se puede esperar de ellos si son miopes y tienen que utilizar lentes!
-¡Si existieran y fueran superiores ya nos habrían dominado!
-Dios solo hizo al hombre, el universo es un accesorio
-Puede ser que existan pero no está comprobado, ya habrían hecho presencia de ser mejores que el ser humano.
Con esto me anularon cualquier otra pregunta y dejé a un lado mi mapa astral, la idea de ser físico y a botar mi telescopio, tomé los patines y me olvidé del universo.

Pasaron los años desprendiéndome de las respuestas obtenidas durante mi crecimiento y me platee las mismas preguntas de mi infancia astronómica; me emocioné, busqué los cielos más obscuros y silenciosos, pero no fue sino hasta estar frente al mar de Mazunte en Oaxaca, sentada en una silla de madera que volví a posar mis ojos en el cielo para comenzar un viaje que aún no para, entonces tomé mi traje y dancé con las estrellas y alcancé las constelaciones que podía tocar con mi memoria. Jugué con los anillos de luz de saturno, el lejano saturno que se posa como destello incandescente en los ojos. ¿Cuánta pedantería había en las respuestas del hombre ante la posibilidad infinita de vida en el universo? Ahora no niego nada y me ha parecido que toda ciencia ficción nos ha puesto en charola de plata lo que es, sólo para negarse o dejarse en el plano ficticio. El pasar de una credulidad divina a otra relacionada con la infinidad del universo me ha convertido en una criatura confundida en todos sus rincones, pero satisfecha de no saberme única –hablando de mi especie- en este espacio.
Ahora cada que quiero viajo por el universo y me desplazo dejándome envolver por cada detalle. Sin embargo, confieso que extraño pedir un deseo cuando veo pasar una estrella fugaz o miro la primera estrella de la tarde, con los mismos ojos que vieron caer a los tres reyes magos.


Mario, Gracias por tanto fuego, ahora las despedidas son más dulces.

No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvilal borde del camino
y te salvas
entoncesno te quedes conmigo.

Mario Benedetti 1920-2008

Un amor pasaporte, amor pasamontañas, amor llave, amor revolver, amor que le de los mil ojos de Argos, la ubicuidad, el silencio desde donde la música es posible, la raiz desde donde se podría empezar a tejer una lengua...

Julio Cortazar, Rayuela, Argentina.


Vuelve, siempre retorna de tus viajes espirituales, porque extrañaría tanto saber de tus historias y odiaría solo escucharte entre el viento.

Vuelve en cuanto puedas y cuando te plazca pero regresa a tu cuerpo que tibio te espera. Porque aunque pudiera encontrarte en el canto de los colibríes, en alguna mancha lunar o en un susurro, no sería lo mismo. Extrañaría tu fuerte aletear a milésimas de segundo, la luz del faro lunar me cegaría y no habría más cantos en tono de sol.

Vuelve cuando puedas, que no hay prisa por llegar porque siempre habrá un sitio donde podrás descansar. Regresa a darle luz a tus ojos, calor a tus manos, regresa a tu cuerpo delgado y lleno de escamas, regresa siempre que salgas, y cuando te vayas deja siempre la puerta abierta que unos ojos de gato te esperan.




Salimos de Puebla tarde, sin embargo, teníamos tiempo hasta para equivocarnos y buscar los señalamientos inexistentes. En el camino la conversación se atizaba con el aumento de la flecha del tacómetro donde los temas giraban, subían y bajaban como en una rueda de la fortuna, más la noticia que retumbaba en la cabeza de ambos era el cierre de escuelas en el Distrito Federal a causa de la influenza porcina, la charla continuó y con redobles comenzábamos a festejar la brisa, el sol y la arena.

El sol caía y decididos a perder de vista playa ventura, caímos en la delicia de los atardeceres de Pie de la Cuesta, que sobrevivía a la voracidad comercial acapulqueña, esa playa seguía siendo el sitio que de niña visitaba con mis padres, el lugar donde mi hermano conoció el respeto al mar.

Los días transcurrieron con la calma que habitan los cangrejos, con el silencio que deja el mar abierto, puestas de sol –cada una diferente, con un sol en su majestuosa despedida, perdiéndose entre la bruma y el infinito horizonte marino. Las palmeras jugando a desviar el viento y los insectos entregándose por completo al destello fulminante de los reflectores que vigilan la playa.

Era el momento de empacar, retirarse con un color diferente al citadino, con el corazón cantando. Al entregar las llaves de la habitación el recepcionista pregunta con humor, si procedíamos del D.F, porque las cosas estaban duras allá por la fiebre porcina, bromeando se despide diciéndonos “pero que se le va a hacer, sino seguir disfrutando” reímos juntos y emprendimos la retirada.

Entre más nos acercábamos al puerto de Acapulco, más noticias se rebelaban por los encabezados de los diarios en los puestos de revistas, cifras de muertos, estadios vacíos, la ciudad desolada, que tomaba por sorpresa un sismo aumentando el pánico, sembrando el miedo con la consigna de evitar multitudes y permanecer en casa.

Salía abruptamente de una burbuja de armonía y mis dudas crecían metro a metro acumulándose con los kilómetros, el camino se hacía silencioso, el tacómetro dejó de funcionar. La mudez total se apoderó de nosotros cuando al pasar por la primera caseta de cobro y las subsecuentes, los cajeros, policías, militares y vendedores, portaban cubrebocas y guantes de látex, era imposible no mirarlo, pero ellos nos miraban de reojo, las placas del automóvil pertenecientes al Distrito Federal, nos comenzaban a segregar.

Deducciones, conclusiones, cancelaciones y propuestas cayeron como cascadas y fueron inundando poco a poco el ambiente, la incertidumbre de no saber lo que realmente sucedía, nos obligó a tomar el dinero con trozos de papel higiénico, y sentir la necesidad de lavarnos las manos, la torpeza de esta acción hizo caer en cuenta de la paranoia sembrada tal vez por un grupo, de caer en una trampa.

Al llegar, solo nos sostenían los ánimos de matar las suposiciones. Revisamos en línea, The Independent, La Jornada, Le figaro, entre otros periódicos y en todos se aducía a un problema grave, provocado por la mutación de un virus compuesto de dos cepas porcinas, una de ave y una de humano, el brote detectado en la Gloria, población de Perote Veracruz donde Granjas Carroll con sede en Virginia Estados Unidos, manejaba sus criaderos de puerco, con escasas medidas ambientales. Se hablaba de países contaminados como Nueva Zelanda, Inglaterra, Estados Unidos y muchos más. El virus había sido detectado veinte días antes de la vigilia, de la temporada alta, pero el silencio había propagado lo que se hablaba en términos de pandemia.

Sin saber las consecuencias, mirando escenarios de novelas futuristas y recordando mis antiguas clases de geopolítica ambiental, me siento a escribir esto, con la misma incertidumbre de los que caminamos en las calles con cubrebocas, con la similar idea que habita en la cabeza de todos ante un invisible dañino. Sin embargo, niego a sacudirme la arena de entre los dedos, a botar mis esferas de caracoles, iré directo a guardar las heridas de sombra.

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Divaganciones lunáticas

Año mágico