Los muertos, como si necesitaran de una visita, a veces te llaman, y fue así como llegué a buscarte. Con el mapa en la mano, daba vueltas en círculos, mientras pensaba en las grandes diferencias que hay hasta para los panteones del primer mundo, tan fríos, grises y silenciosos; estos no se parecían nada a los campos santos de mi país,exclamé. Mientras me frotaba la naríz enrojecida por el frío,recordé el sol que alumbraba las tumbas del panteón municipal de Puebla, adornadas con flores, perfumadas con copal y alumbradas con veladoras de vaso, viendo pasar alguna que otra alma viva que haciendo la faena del día se encontraba mientras cantaba algún corrido de los tigres del norte que emitía una grabadora vieja, en tanto que caían las flores de jacaranda para formar un tapete de muerte lila.
La puerta de acceso al cementerio Montparnasse, tan alta como para alcanzar el cielo y de un verde lúgubre, conjugaba perfectamente con la luz que caía suavemente a las 4 de la tarde del invierno parisino. Ese día el cielo se caía más rápido que otros, sabía que tendría que apresurarme a buscarte. En el mapa de la entrada, con un orden insuperable, del lado derecho se hallaban los nombres de diferentes personajes acompañados de sus respectivos números, Guy de Mupassant con el número veintiséis, Cesar Vallejo con el número tres, Jean Paul Sartré con el veinte, Charles Bodelaire con el siete, y ahí estabas tu, en el tres de la línea tres, entre un político y un poeta, como si fueras el capítulo 33 de tu novela.
Caminé a prisa para darle una vuelta al cementerio, descubría al paso la sepultura de otros personajes, deleitándome de las esculturas y diseños, leyendo los epitafios e imaginando ¿cómo sería la tuya? Me topé con Porfirio Díaz, con Samuel Becket y giré donde Simon de Beavouir.
La rotonda indicaba el campo tres, solo tendría que buscar tú número, me sentía cerca y miré el mapa solo para confirmar sí iba por buen camino, ¿por qué siendo un cementerio tan ordenado, esa tenía que ser la parte más complicada? apresuré el paso, unos metros más y estaría platicando con vos.
Estaba en el punto y no encontré tu tumba, tuve que salir otra vez, brincar hacia la rotonda, verificar con los otros sepulcros. Me sentía en el lugar indicado, pero no veía nada, obstinadamente salté de tumba en tumba y sólo veía epitafios y nombres que no me decían nada. Yo quería ver esa gran "J" y esa "C" mayúscula, saber si alguien te había puesto flores, entender porque estabas tan callado. Sin embargo, una campana comenzó a sonar, anunciando el cierre del cementerio, no podía creer que había gastado mis dos horas sin haberte encontrado. La campana volvió a sonar y cansada, comprendí que todo el tiempo habíamos estado jugando a la rayuela, que el mapa era el correcto y no me había perdido en ningún momento. Como buen cronopio habías sembrado el misterio en mis ojos, para llevarme hasta las tierras de fuego y jugar con la vida y dejar de seducir a la muerte.
Con la efervescencia del momento, y la inmensa puerta cerrada a mis espaldas, comprendí que el llamado de los muertos, juguetea de pronto en los oídos y pupilas de la gente. Julio, ahora entiendo bien cuando decías que las cosas no se tenían que aceptar como dadas y que los itinerarios nos franquean y a veces nos llegan a estrellar, es por eso que no te encontré y aun no se a donde va la niebla.

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