A ti…


El amor, eso que creía muerto e imposible, era un sentimiento que Lucía intentaba imprimir en todos sus movimientos ante las muestras constantes de un reajuste universal. La tierra, como un ser vivo, que late y tiene ciclos, se detendría para renovarse, cambiaría su rotación, formando un día, una tarde o una noche prolongada, la más larga en la vida de los seres humanos.

El día comenzó con el mismo ritmo de las semanas anteriores, sin embargo, la luz no tuvo la misma intensidad y el mar se encontró más tranquilo que de costumbre. Sigiloso llegó el momento en que la tarde no cayó y las horas se prolongaron con la energía del medio día, el sonido se perdió en el silencio de la última ola.

Al no comprender en primera instancia lo que sucedía, la gente despavorida salió de sus casas a mirar a su alrededor. Sin obtener respuestas, en las habitaciones se escucharon fuertes rezos y las mujeres encabezaron procesiones con sus hijos, perros y gatos en tanto volteaban al cielo en espera de una señal.

El calor del medio día, que se había prolongado ya por más de 12 horas, sofocaba a la gente, nunca habían vivido tantas horas con esa temperatura, que mucha de la vegetación fue muriendo y los animales de los corrales se topaban entre ellos, los débiles y enfermos desfallecieron. Al ver esto, la gente imploró la noche y sus delicias, todos lloraron y se sumieron en un miedo incontrolable, entre familias se perdonaron y abrazándose con la misma melancolía que deja una despedida, se acostaron a dormir. Algunos fueron muriendo con el corazón debilitado y los suicidas volvieron amar la vida.

Lucía, viviendo la fascinación del momento, sabía que estaba a salvo, el amor que había entregado a las personas y las cosas, le reforzaron el corazón que palpitaba a una velocidad irreconocible. Sentada debajo de su enramada, dibujó una sonrisa mágica lejos de los alaridos de la parroquia y del murmullo del televisor que solo repetía la palabra miedo, estaba detenida como el mar, viviendo el gran cambio de una nueva era.

La primera ausencia de luz dio paso al transcurso de la tarde y poco a poco se presentaron las primeras estrellas de la noche, que con su voraz color invitaron al ritmo de las olas a conjuntarse, todo giraba en un nuevo sentido.

El corazón sobresaltado de la mayoría, dejó de bullir lamentos, las explicaciones de los científicos se desbordaron formando entre la gente un gran teléfono descompuesto, se decía del fenómeno natural que había convertido al norte en el sur y el este en oeste, las bocas callaron, los rezos se acabaron, no se dijo más, los abrazos y las despedidas cesaron. Todos se miraron con vergüenza y cerraron sus puertas, apagaron la luz y el silencio reinó la noche.

Lucía nunca más volvió a ver los atardeceres desde su playa, aquella vez sería la última en que vio al sol ocultarse detrás del mar, sin embargo ahora le entrega su sonrisa mágica a los nuevos amaneceres del pacífico.


He escuchado que son las 4:20 y no tengo material, sin embargo, he decidido escribir en hojas tachadas de ideas inconclusas. Ir dejando en el camino la escencia, caminar con paso veloz y ligero, continuar y no detenerse en los paraisos perdidos. Todas las puertas se quedan abiertas llenas de falsos finales... ojalá el tiempo, ojalá siempre.... sean las 4:20.


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