Amiga,un día olvida el teléfono, verás que no sucede nada.


Me acuerdo muy bien, como entré a la tienda y vi el mostrador vacío, Aná (como había bautizado a la chava que siempre me atendía) no estaba. Toqué tres veces el refrigerador de las carnes frías, con la misma moneda con la que iba a pagar, y nadie respondió. Me impacienté un poco por la música que salía de la habitación de la bodega, pensé que era demasiado alta para escuchar mis primeros toques, así que lo volví a intentar, pero esta vez más fuerte. Por fin bajaba un poco el sonido de la música, pero nadie salió, ella se habían dado cuenta de que alguien esperaba en el mostrador, segundos después saldría Ana, con la nariz roja y los ojos hinchados de llorar, todavía se secaba las lágrimas con un poco de vergüenza o quizá el suficiente disimulo para decirme que me fuera, aún así me atreví a pedir el medio kilo de huevo por el que iba. Sin rostro alguno, Ana se giró hacia el huevo, lo puso con cuidado en la báscula y comenzó a pesar, faltaba un poco y puso los dos que llevaba en la mano, sobrepasando los 500 kilogramos, retiró uno dejándolo casi en el peso correcto. Tomó la bolsa e hizo un pequeño amarre, mientras su nariz contenía la mucosa a punto de resbalar. Me extendía la bolsa con su mano derecha al tiempo en que se secaba con la izquierda los mocos que se habían resistido a la succión.

Sentí vergüenza por haberla hecho salir, puesto que la música que se repetía desde dentro una y otra vez, “Ya me canso, de llorar y no amanece” había delatado el origen de su dolor. Ana resbaló hasta su silla y de sus grandes ojos, dos lágrimas saltaron, mi hermanita que me acompañaba tal vez no se había dado cuenta de nada, a los seis años lo único que esperas de ir a la tienda es que te compren algo, lo que sea! Pero uno con sus nueve años, tal vez no sepa mucho de amores, pero si sabes quién te quiere y quién no, era casi un hecho que ha Ana ya no la querían más; le extendí la moneda, me cobró en automático $6.50 y me dio un dulce para Vian. Mis ojos silenciosos la miraron todo el tiempo, siguiendo sus movimientos, y hasta el final solo pude decir…gracias. Salí de la tiendita y me dije “yo nunca seré Ana”.

Años después entendí que Ana no lloraba porque no la querían, sino que ella seguía amando demasiado. No le fue sencillo, hacer su maleta darse un giro, cerrar la puerta de la tienda y dar pasos contundentes, sin mirar atrás, porque eso nunca ha sido sencillo; su amor se había ido, ella no. Ana estaba sentada viendo cerrar la puerta y escuchar como las pisadas sin fuerza se alejaban con un tanto de prisa.

Cuántas veces he sido Ana, casi desde que empecé a amar pero también he sido el amor fugitivo, el que viene y se va. Lo que entendí en todas estas idas y vueltas, es que el amor no es una disyuntiva, nunca lo ha sido y nos lo hemos planteado así, pero no. El amor simplemente ES, lo que surge después, ESO que llega para nublarnos la mente y viene siempre sobrando, no es amor. Seguramente Ana sufrió muchísimo más, cuando los intentos por retomar su amor se volvieron fallidos, así como nos ha sucedido a la mayoría, que ha experimentado el vaivén de no querer dejar morir, ESO que está completamente helado.

La prolongación de estos sentimientos locos de atar, es el peor de los infiernos en el que nos podemos encontrar, siendo que hay otro camino: El de liberar, soltar, dejar ir, dejar pasar, el de simplemente ser libres. Cuando alguien te ha dejado de reconocer como su otro igual, es el momento de no terminar en una agreste violencia, sino decir las palabras necesarias, “Ya no te amo”. Y dejar la esclavitud de las llamadas que no llegan, de los mensajes fantasmas, de las entradas en falso a toda la comunicación del internet. Dejar de revisar todo esto cada cinco o diez minutos porque quizá está ahí pero no te diste cuenta, cuando volteabas por la ventana para saber si es que está en la calle, esperando tu salida. No, eso no sucede porque es pura imaginación, de lo más vaga y esperanzadora.

Pretender que no duele una separación, también es parte de no liberar. Porque duele y mucho, lo que se necesita es llorarlo todo pero llorarlo bien, como dice Benedetti, desgarrando lagrima por lagrima, para guardarla en el rincón de los recuerdos, pero no en el del olvido. Desamarrar el nudo en la boca, berreando hasta babear. Tal vez por esa razón, Ana, aquella noche no pretendía cerrar la tienda y marcharse, sino llorar con ruido y no en silencio, pero lo más seguro es que el sentimiento le llegó antes de que pudiera cerrara la puerta y apagar la luz.

Que no te importe más el dinero, sino que tu verdadera felicidad.

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