Vivir en el vertigo; ser uno a través de la inevitable diversidad del cambio. Pero, ¿Por qué, entonces, nos perturba tanto el fenómeno del "pasaje"? Si viviendo morimos a cada instante, ¿por qué nos afecta tanto enfrentarnos a lo desconocido? Tal vez todo se deba a que nuestro temor a perder es mayor que nuestro deseo de ganar.
Productos sofisticados de una civilización sedentaria vemos en la dinámica aventurera un reisgo y no una opción. Exigimos la totalidad, condenamos laincompletitud, pretendemos la perfección, pero no nos damos cuenta de que ese deseo gratuito de divinidad nos deshumaiza, nos hace vulnerables a la barbarie. ¿Qué nos queda después de creernos merecedores de todo? La caída inevitable.
Todo cambio es un salto en el vacío. Por eso cuando se teme el cambio se trata de llenar ese devorante vacío. ¿Y cómo? llenandolo de objetos (cosas), objetualizándolo (cosificándolo): yo soy yo y mis pertenencias, diría un Gasset más actualizado. Y claro, cuanto más el yo depende de sus pertenecias tanto menos se debe a sí mismo. De ahí la diferencia tan grande entre la comodidad objetualizada de las grandes urbes y el vértigo elemental de los espacios todavía incontaminados. ¿Y cómo no sentir un estremecimiento de vértigo al pasar de la civilizada racionalidad urbana a la barbarie sensual del trópico? ¿y diría yo de la montaña?*
Nunca, en ningún espacio-tiempo, había sentido la torbellínica impredecibilidad de la existencia como en el trópico-montaña*. Lo que en la ciudad es una seudo lucha por alcanzar una comodidad objetualizante (buen trabajo, buena casa, buen auto, buen amor*). En el trópico-montaña* es un enfrentamiento inapelable por la vida misma. Pero no hay paraíso que dure mil años, ni burócrata que no pretenda urbanizarlo. Así, en vez de naturalizar lo urbano, urbanizamos la naturaleza. NO MAS VIDA SIN OBJETOS, SINO MÁS OBJETOS SIN VIDA. *vivamos sin la necesidad de ellos o encontremos en ellos la mínima necesidad.

Da Jandra Leo, Entrecruzamientos III
los asterísticos son míos.

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