Soy quien se lava las manos cada que puede, que camina entre verdes y azules, que tiene sabor a hierba fresca en las manos y cambia de nombres cada que la circunstancia lo amerita, por eso es difícil referirse a mí como una mujer, un ave, una niña, un pez. Soy quien canta sin saberse la letra de las canciones, hago del lugar algo mío. Meticulosa en el desamor que borro cualquier huella tan pronto como sea necesario. Cuando rio prefiero que sea a carcajadas, me gusta el tacto de los pies desnudos, mis caderas son como olas de la playa conejos, mi cabello la tarde de invierno en que la noche se alejó lo más que pudo. En mi saliva germinan flores espinosas para resguardar la blanda y tibia piel que la sostiene. He caminado mucho, que quizá no me alcanzan las palabras para decir cuánto he andado y por qué caminos. Prefiero los fantasmas amables, la música suave, los sonidos naturales. Estoy intentando cuidar algunas plantas, algunas crecen y traen flores, otras son muy serias y no me dicen nada. Por primera vez, tengo cautela en lo que digo, nuevo forastero en mi camino, permítame presentarme, a usted, que llegó sin aviso…

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